lunes, junio 18, 2007

A 40 años de Sgt. Pepper’s





Más allá de haber sido declarado el “Año del turista” por las Naciones Unidas, 1967 pasaría a la frágil memoria colectiva como uno de los más importantes del siglo XX. Para ese entonces el mundo demostraba síntomas de plena locura, bastaba con un solo botón para volar el planeta en pedazos y las potencias mundiales preparaban sus primeros juguetes espaciales.




Un grupo de cuatro muchachos de Liverpool, ya conocidos como The Beatles, arremetían en medio del ruido y la furia con uno los discos más insolentes de la historia de la música. “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band” parecía en su título otra broma de estos melenudos, sin embargo sobrepasaba la expectativa media de su reconocida popularidad.




Y es que este disco fijó para una generación, y más aún para la civilización occidental, uno de los momentos claves en el despliegue artístico. Nunca antes una propuesta estética había logrado ser tan masiva, nunca la juventud de todos los rincones del planeta había propuesto una flor antes que otra revolución armada. The Beatles y todo el séquito de los ‘60 se convertirían en el último monumento del arte a favor de un cambio total, de ofrecer la palabra “amor” ante las maquinarias estatales y los reclutamientos políticos, y de esta manera se presentaban como una respuesta utópica a todo el acontecer y al cansancio de una época.




Pero en ese momento ni Ringo Starr consideró que este disco se iba a convertir en algo memorable, ni George Martin –su productor- midió las consecuencias del largo trabajo en el estudio de grabación Abbey Road, y hasta John Lennon llegó a temer de la crítica y de la fidelidad de sus seguidores tras la experimentación sónica que abría la función del Sargento.




Fue obra de Paul McCartney el nombre del disco, ocurrencia que se suscitó en medio de un viaje en avión. Habían decidido utilizar un heterónimo que los desligara de su identidad ya conquistada, querían ser parte de una banda de bronces, como esas que aún suenan en ciertos pueblos, tener la completa libertad de crear. El disco se configuró como un solo espectáculo con un sonido semejante al directo, cosa que contradecía e ironizaba su bajada de los escenarios tras la gira de su anterior producción “Revolver”.






Canción a canción un circo armonías se iba montando y un desfile nunca visto de instrumentos acompañaban cada uno de los coros. Sgt. Pepper dirigía con su batuta el primer disco conceptual, no había separación entre una sinfonía y otra, todo funcionaba como una novela, un gran relato narrado por un cuarteto fundido en un solo acorde.




No está de más decir que este fue el instante álgido de la banda, no sólo anímicamente. George Harrison dio cátedra del uso de la guitarra eléctrica y de la cítara, basta con escuchar “Within you, without you” y aquel maravilloso solo en 5/4 acompañado de una excelente banda hindú. Lennon creó algunas de las letras más tarareadas de todos los tiempos, “Lucy in the Sky with Daimonds” es ejemplo de ello, una maravilla compositiva –junto con un órgano Lowry y una tambuora, o laud hindú- con versos extraídos de “Alicia en el País de las maravillas” de Lewis Carroll, y con imágenes que hubieran sido del gozo de nuestro poeta Vicente Huidobro. Paul McCartney, utilizando una técnica escritural ocupada por los poetas surrealistas, arranca frases del periódico “Daily Mirror” y cincela la balada más considerable de todos los tiempos, “She’s leaving home” es un lujo creativo para todo quien se haga llamar músico o que se considere una persona sensible. Ringo Star por su parte fue el acompañamiento fundamental y aglutinador de la banda, fue quien los mantuvo juntos, y quien nos brindó una serie de ritmos extraídos del be-bop jazz, del swing, del blues, de la percusión oriental y de la música de cámara.




Todo el Sgt. Pepper es este circo delirante cuya música de fondo son los cuatro enmascarados Beatles y cuyas estrellas parecen ser la disímil tarima de rostros que posan en la portada del LP. Peter Blake tardó tan sólo tres semanas en elaborarla, en seguir cada una las proposiciones de Lennon y McCartney de realizar un tributo a aquellos que consideraban sus héroes. Entre ellos varios literatos como Edgard Allan Poe –un conocido de Lennon en “I’m the walrus”-, el gran Dylan Thomas, el icono anárquico William Borrough –idolatrado por un sin número de bandas hasta Nirvana en los años ‘90-, el extravagante Oscar Wilde, Horson Wells, el poeta Stephen Crane y un Aldous Huxley que pareciera reflotar en las letras más críticas de Lennon. De a poco esta mítica portada se convirtió en la primera en llevar las letras de las canciones, invitando así al público a participar de la colorida fauna del Sgt. Pepper.




Y es que la vara había quedado alta. Un año antes hacía su aparición “Freak out” de Frank Zappa, un disco que alucinó al cuarteto. También meses antes Jim Morrison y The Doors lanzaban su primer álbum, el cual revolucionaría la manera de tocar teclado y de escribir letras…por primera vez en la cultura popular erigida por el rock, estas obtenían el grado de poemas. Pero el impulso más significativo fue “Pet Sounds” de los Beach Boys, el que se convirtió en uno de los discos favoritos de McCartney y en toda una odisea tecnológica. Para superar esto, la banda se encerró durante 700 horas, gastando más de 75 mil dólares en su producción, convirtiendo Abbey Road en el centro de la psicodélica, la experimentación y en la fábrica oficial de humo de marihuana de todo Londres.




El resultado fueron 178 semanas posicionado entre los discos más vendidos de aquel año. The Beatles dejaban –gracias a los concejos de Bob Dylan- de ser la banda de “chica yo te amo” para ser una apuesta artística de alto nivel. En pocas semanas se convirtieron en clásicos, y tras su salida cambió la forma de escuchar rock…y música en general. Un álbum con una canción como “A day in a life” no podía pasar desapercibido, donde la utilización de técnicas propias del cine –como el flash back- eran puestas en uso en una canción mitad rock mitad música sinfónica, mitad Lennon mitad McCartney.




Y es extraño pensarlo. El paso del “Revolver” a “A day in a life” en menos de un año es inquietante, y aún más controversial es darse cuenta que esta canción no ha podido ser técnicamente superada. A pesar de aquello, anclarían ese mismo año de 1967 el primer disco de Pink Floyd “The piper at the gates of dawn”, “Are you Experience?” el debut de Jimmy Hendrix y el “Fresh Cream” de Cream con un inmortal Eric Clapton en la guitarra…todos estos discos influenciados por el sonido y la rebelión pepperiana. Velvet Underground patearía la beatlemanía con su “Andy Warhol”, alabado tiempo después por Sex Pistols y Sonic Youth. Pero aunque quisiéramos desbaratar la trascendencia de los Beatles caeríamos en un imposible, porque ya toda una generación los tenía en la sangre, sus linfocitos bailaban a su ritmo, David Bowie con “Ziggy Stardust”, Elton John con su “Yellow Break Road” y hasta nuestros Jaivas con “Las alturas de Machu Pichu” habían bebido de su genialidad.




La leyenda dice que ese mismo año murió Violeta Parra, que un tiempo después la ciudad de Paris sería testigo de la más grande revolución estudiantil, que Vietnam continuaría siendo la masacre del colonialismo tardío, que Magritte dejaría su pincel y el Che Guevara su fusil. Y también sabemos que los clavicordios y violonchelos de Sgt. Pepper y sus innumerables pruebas de micrófonos, encendieron el “Verano de las flores” y que los riesgos tomados no fueron en vano. 1967 se convirtió en un viaje místico a las profundidades del inconciente, en una buena excusa para sacudir las caderas y dejarse un buen bigote. Y aunque jamás saldríamos con las coloridas vestimentas de los Beatles a la calle, John, George, Paul y Ringo lograron cumplir con el misterio de reunir hoy a cuatro generaciones en la eterna infancia del circo.

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